La muerte social y su lógica

por Luis Sanzo

En este artículo reciente del Guardian londinense, Suzanne Moore revela la lógica del sistema social y económico que se está consolidando en el Reino Unido y en muchos lugares de Estados Unidos. Una lógica que, sin embargo, en países como España hemos podido observar desde el periodo de la reconversión industrial de los años 80.

El artículo de Moore se centra en una de las partes centrales —el aumento alocado e irracional del precio de la vivienda— de una lógica social y económica que, en los países antes llamados desarrollados, hace cada vez más difíciles los procesos de reproducción social y demográfica de la población. Lo que se inició en los 80 en la Europa del Sur, y se extendió luego al Este poscomunista, llega ahora con fuerza a lo que es todavía el núcleo central del gran poder económico mundial (Reino Unido y Estados Unidos).

Como señala la autora, la recuperación económica británica está llevando de nuevo la vivienda a precios «irreales», «ridículos», inabordables para la gente joven. Sin que haya alternativa alguna porque, como señala, el sistema de viviendas sociales se está deteriorando, un proceso que le parece ya insalvable. Los precios son tan altos, en Londres pero también en muchos otros lugares del Reino Unido, que sólo la propiedad transmitida entre generaciones puede salvar la situación. Se trata sin embargo del elemento que, según Moore, constituye hoy la gran separación (el great divide) entre unas personas u otras de cara al acceso a la vivienda. Porque la vivienda en propiedad es ya un lujo social y la manifestación más clara de la desigualdad: «La vivienda es tan importante que sigue siendo el signo claro y presente de la desigualdad repartido en metros cúbicos», dice la autora.

La realidad descrita, que amenaza con situar a una mayoría al margen de la propiedad (sólo un 26% de los jóvenes están en proceso de acceder a ella) bloquea los procesos de emancipación con mucha “gente joven que nunca podrá realmente salir de su casa de origen” o que tendrá que volver a ella tras separaciones o problemas económicos. Y claro, muchas de las personas afectadas ya no son tan jóvenes, con muchas de ellas en los 40.

Y, aunque no lo dice, Moore es sin duda bien consciente de que el alquiler no resuelve el problema porque ahí también los precios se ajustan a la línea de crecimiento irracional del precio de la vivienda. Además, a diferencia del pago de hipotecas, el abono de estos alquileres abusivos puede mantenerse durante toda la vida de las personas.

En España este factor se encuentra en parte contenido por una crisis que ha producido una caída temporal de los precios pero es probable que el proceso hoy observado en Reino Unido y EEUU se reinicie si se consolida una recuperación al estilo británico. Ya pudimos comprobar sus tremendos efectos sobre la dinámica de la pobreza en pleno boom de crecimiento. Las tasas de pobreza real eran todavía muy significativas en España en 2007-2008 aunque a casi nadie parecieran preocupar.

Pero la vivienda no es el único factor que limita las perspectivas de emancipación de la gente joven, ni siquiera es a veces el más importante, desde luego no en el país que más sufrió las consecuencias de la brutal destrucción de una parte de su industria durante los años 80. En España, los problemas principales que bloquearon los procesos de emancipación en los años 80 y 90 fueron el desempleo, la inseguridad laboral y, en muchos grupos sociales, particularmente los jóvenes, los bajos salarios. Sólo durante el boom el aumento del precio de la vivienda llegaría a tener la importancia que hoy señala Suzanne Moore en el Reino Unido moderno.

Estos problemas están llegando también sin embargo a lugares como el Reino Unido. Y Moore es consciente de sus consecuencias demográficas, bien conocidas en la España de los 80 y 90. Porque, sin seguridad en el empleo, sin vivienda a precios razonables, sin una vida adulta posible, tampoco es posible tener unos hijos o hijas que, además de suponer costes añadidos, pueden carecer de sentido en un mundo como el que conocemos, a veces sin salidas razonables. Como señala Moore, la inseguridad en el trabajo o en la vivienda lleva a retrasar la procreación, a veces de manera indefinida.

Además de una suficiente seguridad en el empleo (el anhelo de la nueva generación del Milenio) y vivienda social, Moore cita otros de los factores que le permitieron, a ella y a la gran mayoría de los miembros de su generación, avanzar en el proceso de movilidad social, léase emancipación social, y que ahora les están vedados a la población más joven. En países en los que una parte del great divide se vincula a la educación universitaria, otro de esos factores es la educación gratuita o, al menos, a precio abordable. Hoy en Reino Unido, o Estados Unidos, la educación superior se ha convertido en motivo de endeudamiento que puede llegar a veces a resultar insuperable. Otro, por supuesto, es un salario mínimamente decente en el trabajo. Ahí también constata Moore que los salarios de los menores de 30 años están disminuyendo. En los países azotados por la crisis, esta caída afecta también más allá de los 30 y llega a ser, en realidad, casi generalizada.

Moore tiene la sensación de que, poco a poco, todas las rutas de escape se han ido cerrando en su país, y menciona los cambios que han llevado a pagar de forma creciente por acceder a los servicios públicos. Pero es probable que aún haya más cierres en el futuro. El más temible de ellos es el que podría derivarse de un proyecto de liquidación de la Seguridad Social, tal y como la hemos conocido hasta hoy: de vocación protectora y universalista, más allá de la mera lógica contributiva.

Lo más llamativo es que se ha desarrollado un determinado discurso progresista que resulta plenamente funcional para legitimar todos los cambios señalados. En la misma página en que puede leerse el importante texto de Suzanne Moore, un anuncio invita a cliquear un artículo de Natalie Nougayrède. En él se racionaliza, desde ese discurso de izquierdas, la necesidad de adaptarse a la globalización a través de la liberalización del mercado de trabajo porque el viejo sistema laboral es un «lujo» que Francia ya no podría permitirse. La reacción al proceso beneficia a la extrema derecha, sostiene, antes de hablar de forma tan absurda como tópica de «la preferencia por el desempleo masivo» de Francia frente «al trabajo más flexible y quizás menos bien remunerado». Por lo que vemos en el artículo de Moore, no parece que el modelo liberalizado, que permite crear más empleo en el Reino Unido que en Francia, permita llegar mucho más lejos a quienes disfrutan de él en términos de bienestar social.

Hay determinados defensores de la Renta Básica que, sin pararse a pensar en las implicaciones del modelo de bienestar, están incluso dispuestos en el mundo anglosajón a proponer esa medida como elemento central, y casi exclusivo, del nuevo sistema de protección social. En particular en el mundo conservador, muchos ven en ella la salida frente a un sistema de Seguridad Social que, a sus ojos, resulta tan insostenible hoy como lo fue ayer.

En la lógica social y económica que describen Moore y Nougayrède todo parece estar delimitado, incluso las vías legítimas de rebelión. Debilitado el movimiento obrero, y desacreditadas las ideologías que éste ayudó a crear, las que se proponen son las de aquellos movimientos sociales que pueden ser funcionales con esa nueva lógica, en particular la del movimiento contra el cambio climático. Es en ese tipo de proyectos donde deberíamos centrar nuestras ilusiones y nuestras ambiciones de cambio. Olvídense de las viejas luchas, hoy sin sentido para los nuevos gurús del pensamiento.

Y si al final sólo queda la desesperación, no se preocupen. Frente al alcohol, las nuevas izquierdas, la sorosiana a la cabeza, tienen la solución. Un poco de marihuana legalizada siempre relajará.

No seré yo quien se oponga a la marcha de los nuevos movimientos sociales ni a la legalización de la marihuana. Por supuesto que no, disfrútenla si quieren. Pero no estaría mal pensar en la sociedad que refleja Suzanne Moore y sus consecuencias. Las mismas consecuencias contra las que, a finales de los 80, algunos tratamos de rebelarnos en la Euskadi depresiva de la era post-reconversión industrial. Me refiero a esa especie de muerte social que se perfila como destino, poco menos que inevitable, para quienes no podrán participar de los procesos de reproducción social y sus descendientes, una mayoría de ellos muertos incluso antes de llegar a nacer.

Quien quiera ver el sentido real de la desigualdad puede analizar la dinámica de la fecundidad y de las tasas de emancipación de la población joven en Europa. Ahí está todo dicho. Ya saben a quienes no se debería abandonar a su suerte.

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